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Foto del escritorIsari SC

El Pequeño Romero

En una vieja casa, que pertenecía a una vieja mujer, había un gran y viejo jardín.


En este jardín, había una cantidad de flores difícil de imaginar. Había rosas, margaritas, claveles, orquídeas… todas estas plantas vivían en gran armonía.


Pero había una pequeña planta que triste estaba todos los días. El romero, pequeño y sencillo, deseaba ser tan bello como sus compañeras. Deseaba tener pétalos tan hermosos como los tenía la rosa o ser tan llamativo como los tulipanes, deseaba ser colorido como las margaritas o tierno como los claveles.


Él solo tenía algunas flores pequeñas entre sus hojas, pero no eran tan lindas como las otras. ¡Ah, como deseaba tener elegancia o extravagancia!


Diariamente, las abejas iban a visitar el gran jardín y ellas notaron su pesar.


— ¿Qué te sucede? — preguntó una de ellas — ¿Por qué estás tan triste?


— No soy como las demás — explicó el pequeño romero — No tengo pétalos hermosos, ni un olor agradable. Soy demasiado sencillo y mi aroma es irritante. Ni siquiera soy importante para ustedes, que vienen todos los días y ayudan a las otras flores.


La azucena, que estaba cerca del romero, escuchó su conversación.


— No digas eso — regañó al romero — No eres como nosotras, pero no por eso no importas.

— Tiene razón — concordó el alhelí — No tienes pétalos como los nuestros, pero nuestra madre siempre viene a ti.

— ¡Es cierto! — exclamó la dalia, que no pudo evitar unirse a la charla — Yo la he visto usar tus hojas en la cocina. Sirve agua caliente con ellas y le ayudan a calmar sus dolencias.

— Todas somos más útiles de lo que pensamos — le dijo la abeja — Incluso en nuestra colmena, algunas son diferentes a nosotras, que venimos con ustedes, pero todas somos amadas en nuestra pequeña existencia.


El romero se conmovió por las palabras que recibió de sus hermanas y ellas, notando esto, llamaron a otras flores para que las ayudaran.


El tulipán, la gerbera, la gardenia… todas comenzaron a decirle lo grande que era, y el romero se echó a llorar, conmovido por el cariño de sus compañeras.


Cuando la noche cayó, el laurel, por primera vez en mucho tiempo, al romero habló.


— Pequeño romero, gracias por hablarnos de tu tristeza.

— ¿Por qué me agradeces? — preguntó confundido el pequeño romero.

— Yo pensaba lo mismo que tú de mí mismo — confesó el laurel, con melancolía— Escuchar a nuestras hermanas me hizo sentir valioso.

— Laurel, ¿por qué no pudimos pensar nosotros en nuestro valor?, ¿por qué necesitábamos de nuestras compañeras para sentirnos mejor?

— No lo sé — admitió el laurel — Creo que, en ocasiones, es más fácil ver la belleza de los demás que la propia.

— ¿Y por qué pasa eso?

— No lo sé — respondió de nuevo el laurel— Pero ahora podemos empezar a querernos, podemos recordarnos a nosotros mismos lo importantes que somos.

— ¿Eso se puede hacer?

— Claro. ¿No has visto a nuestras hermanas?, ellas se reconocen a ellas mismas como preciosas, ¿por qué no hemos de hacer lo mismo?

— Tienes razón, pero suena difícil. ¿No es más sencillo conformarnos con sus cumplidos?

— No lo creo, Romero. Si hiciéramos eso, nos sentiríamos tristes nuevamente después de un tiempo.

— Eso tiene sentido — murmuró el romero — Pero, ¿Qué pasa si fallo? ¿Qué pasa si hay días en que no me amo?

— Si eso sucede, yo te recordaré tu valor y te ayudaré para que vuelvas a ver tu propia belleza.

— Oh — El romero se sintió conmovido por lo que dijo el laurel— Yo te recordaré tu valor también.

— ¡Y yo les recordaré también!

— ¡Y recuérdennos el nuestro!


Las flores más cotillas, inevitablemente, se unieron a su conversación, pero al laurel y al romero eso poco les importó.


Y así, el romero y el laurel comenzaron a amarse a sí mismos, como todos necesitamos hacer. Aunque, había días en donde requerían ayuda para su valor ver y las flores, siendo las amigas que el mundo debería tener, recordaban al romero y al laurel, lo mucho que les amaban y la importancia de su ser.

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