Los días eran cada vez más difíciles para Diana.
A veces escuchaba sus pasos detrás de ella, siguiéndola por una calle vacía. Podía escuchar su risa resonando en la cafetería donde solía platicar con sus amigas.
En las tardes, cuando la tranquilidad en su departamento reinaba, escucha el timbre de su departamento y nunca había nadie detrás, solo el silencio.
Francamente se sentía paranoica.
Su vida ya no era la misma, inconscientemente empezó a buscar al hombre de traje en cualquier lugar en el estuviera.
Como en la junta del corporativo dónde trabaja, recorriendo con su vista rápidamente el lugar.
A veces en el antro se quedaba completamente quieta en el centro de la pista de baile, buscando la cabellera negra que la perseguía.
Y antes de entrar a su edificio, miraba a ambos lados de la calle, para asegurarse de que nadie la seguía.
Nada de eso servía, él seguía ahí. Solo que ahora era más descarado.
Abría su puerta y se sentaba en su mesa, viéndola burlonamente mientras ella gritaba porque saliera. Gritando tan fuerte que los vecinos subían a verla y a tranquilizarla.
<<No hay nadie ahí, vecina. Tranquila.>> Decían mientras la consolaban.
Y por su bienestar pusieron cámaras en todo el edificio.
El hombre del traje la seguía hasta su trabajo, unos pasos por detrás. En ocasiones tan cerca de Diana, que sentía su respiración en la nuca. El miedo la paralizaba y temblando entraba a cualquier local cerca, pidiendo ayuda porque la seguían.
Fue inevitable que llegará tarde al trabajo todos los días, el encargado de recursos humanos solo la veía preocupado y le pedía que cambiará la ruta, así su acosador pararía.
Su familia lo inicio a llamar así. El acosador. El mirón. Porque eso era lo único que hacía, observarla.
Su mamá la acompaño a poner una denuncia. <<Esto tiene que parar, mija.>> Decía. <<A esos cabrones solo se les para o con la policía o con un levantón.>> Así que fueron a la fiscalía.
Esa tarde fue larga. ¿Desde donde la seguía? ¿La intentaba tocar? ¿Cómo era? ¿Lo conocía? ¿Desde cuándo inicio todo esto? Diana simplemente no lo sabía.
Entre más lo intentaba describir, mientras más se concentraba en recordar, más borroso se hacía. Cómo si se estuviera borrando de su memoria.
Hablaron con su mamá, a puerta cerrada. Cómo si estuviera en la secundaria otra vez, cómo si necesitará ser regañada.
La mirada que le dieron al salir la acompaño el resto de su vida. Era una condena.
Esquizofrenia, dijo el psiquiatra después de evaluarla. Jodida esquizofrenia.
El diagnóstico solo lo agravó todo, solo la dejo sola.
Porque ya no recibía simpatía de sus cercanos, ahora le temían.
Ya no había más palabras amigables, solo condescendencia y la frase: No olvides tu medicina, Diana.
Pero la medicina no ayudaba, el hombre de traje seguía viniendo. Ahora lo escuchaba reír. Reía por horas. Reía muy fuerte. Cuando llegaban a monitorearla solo la encontraban a ella ahí, con su cabeza entre sus piernas y llorando como un bebé.
<<Lo mejor sería internarla>> dijo el psiquiatra, después de otro día de lágrimas y risas jamás escuchadas, pasando sobre la mesa folletos de distintas instituciones a mi madre.
Yo no quería, el hombre del traje era real. El mirón seguía detrás de mí. Solo que ahora nadie me hacía caso.
Cuando me internaron, ingresé en una silla de ruedas; tan cansada de que nadie me escuchará que no sentía ni fuerzas para caminar.
<<Te amo mucho, mijita>> Dijo mi mamá con un beso, antes de irse y dejarme en medio de la sala, esperando por mi enfermero.
<<Es un buen hombre>> Había dicho ella antes. <<Y no será el único cuidador que tendrás, así que no te preocupes. Todo va a estar bien.>>
—Hola. — Dijo el hombre del traje en mi oído, tomando las agarraderas de mi silla de ruedas y girándome para que lo viera. Tan cerca como siempre. Solo que ahora sin su traje, solo el simple azul de los uniformes de enfermería. —Al fin estamos juntos.
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