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Foto del escritorBreen B.M.

¿Hasta cuándo suficiente es suficiente?

Hace unas semanas estuve repasando en mi mente, recuerdos relacionados con mi imagen corporal, con cómo me he sentido en distintas etapas al verme en el espejo, pero sobre todo que me hablaran de mi relación con la comida durante estos años. Lloré por todo lo que me vi forzada, en principio, a hacerle a mi cuerpo y lo que le hice después por voluntad propia.


Antes de entrar a la adolescencia, jamás me cruzó por la mente que podía ser “llenita” (etiqueta que se nos pone cuando ganamos un poco de peso y “no te quieren ofender”), afortunadamente y a pesar de amar la imagen de Barbie y tener una familia materna bastante delgada, durante ese tiempo jamás cuestione mi cuerpo. Lamentablemente eso no duró.


Fue entrando a secundaria, en un ambiente nuevo, con personas de distintos lados, creencias, modales y educación, que mi bomba detonó. Los comentarios negativos de otros sobre mi físico, que por supuesto no se limitaron a mi cuerpo, las comparaciones con otrxs y por supuesto los contenidos mediáticos que empecé a consumir, que si bien eran familiares, para las adolescentes son aspiracionales (no solo en la historia, sino en la representación física de los personajes).


Por dos años limité lo que comía, los comentarios de mis compañerxs y otras personas, eran hirientes y cada día ponían más carga física y mental sobre mí. La comida, se convirtió en mi enemiga. Me esforcé por comer lo menos posible cada día, cada golosina o “gustito”, provocaba un autocastigo físico de los que a la fecha tengo marcas.


Toqué fondo el día que, a semanas de terminar secundaria, desperté en el consultorio escolar, sin recuerdos de haber llegado ahí por mi cuenta.


Poco sabía yo, que no sería suficiente. Me esforcé mucho por regresar a ser esa persona a la que no le importaban las críticas físicas, sin éxito, así que tire la atención al problema por la ventana y le abrí la puerta a los viejos hábitos, comer mal, no comer, depurarme... En silencio. No porque mis papás no estuvieran presentes, sino porque para actriz hubiera sido estupenda y pedir ayuda no estaba en mis planes.


En terapia tiraron la póker face que usaba con mi familia, ya no me mataba de hambre, pero la culpa seguía, no disfrutaba comer. Era delgada pero en la etapa de prepa, siempre hay unx más que tú. Estaba bien, pero no era suficiente y dos semestres en la universidad, bastaron para que los malos hábitos regresaran. No completos, no drásticos, pero estaban, intermitentes cada que me proponía a disfrutar la comida.


Después llegó el trabajo soñado. Justificándome por estrés, jornadas extremadamente largas, la zona cara... a comer menos y menos, pero jamás deje de comer, y ¿eso está bien, no? Solo eran ayunos, laxantes, saltarse comidas, comer poco, pero a fin de cuentas comer...


Poco a poco y con mucha terapia, me di cuenta que no fue el estrés ni la falta de tiempo, era mi autoengaño, el verme lo más delgada de lo que jamás había estado desde prepa. La ropa me quedaba muy floja, los cumplidos abundaron... pero seguía sin estar cómoda porque no era suficiente, jamás es suficiente.


La terapia ha ayudado, sí, pero los pensamientos y las batallas internas por aceptar mi cuerpo tal como es, ahí siguen y mi relación con la comida está lejos de ser normal.


Cada que hay un “bajón”, puedo sentir todo regresar. Es lastimoso saber, que siempre o al menos la mayoría de las veces, como con culpa, que me mido y me juzgo con patrones idealistas y aspiracionales con los que desde la adolescencia vivo rodeada y que son difíciles de dejar atrás.


Porque si, la aceptación del cuerpo se promulga mucho estos días, pero para mí jamás he sido suficiente. La diferencia entre bajar 1 o 10 kilos, desapareció hace mucho, y yo, como muchas otras, me pregunto, ¿Cuándo va a ser suficiente?

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