He pensado mucho tiempo en cómo abordar esta historia, he pensado tanto y al final no he encontrado una manera concreta de contarla.
Las historias, sobre todo aquellas que más nos han impactado, no están sujetas ni al cambio ni al completo olvido.
Sé qué, como en todo, existirán diversas reacciones, probablemente muchas serán críticas y duras (o tal vez es solo miedo hablando, reflejo de mis propias opiniones a mi experiencia); decir que no me aterran sería mentir, sin embargo, he aprendido la importancia de hablar y sobre todo, que huir de las cosas y no mencionarlas, no las desaparece ni aligera la carga.
A principios de año, hablé sobre mi historia de violencia emocional, una historia que se desarrolló por años; sin embargo, las marcas que dejó esta historia no son nada cuando se comparan a las que dejó un suceso de pocas horas.
Aquí es en donde hago un disclaimer: Si eres susceptible a temas de violencia sexual, te pido que pares de leer. No necesitas revivir tu propia historia, ni hacer palpables tus miedos y lo más importante, espero que tus heridas estén sanando a tu ritmo.
Hace pocos años comencé a salir con una persona que, en retrospectiva, tenía muchísimas banderas rojas que no supe distinguir a pesar de que en el fondo sabía que algo no estaba bien. No haber hecho caso al llamado “sexto sentido”, fue mi primer error.
No estaba cegada por amor, ni intentaba cambiar lo que este sujeto era o es. NO a ningún argumento de esos que a la sociedad le gusta utilizar para justificar los actos de otros hacia nosotras, solo por aceptar salir con ellos. En mi caso, solo puedo decir que le di bastantes oportunidades a quien no las merecía y eso no es un crimen ni una justificación para lo que pasó después.
No era una relación formal, eran dos personas conociéndose; sin embargo, en distintas ocasiones era un estira y afloje de lo que cada uno quería. Por mí parte, no quería ir rápido, ni ser el one night stand de nadie.
No sé exactamente ni el día, ni el porqué, pero todo comenzó a ser claro.
En distintas ocasiones y por diferentes medios, comenzó a exigir nudes y mientras me negaba, en nuestras “citas” él pretendía que todo se volviera más físico. Hasta este punto no hay necesidad de brindar más detalles, puesto que no aporta y no pretendo alimentar el morbo de nadie.
Mi primera llamada ignorada para salir de ahí fue la vez en que me sentí con nervio por estar a solas con él y decidí textear a mi mejor amiga el efectivo “llámame ahora”, fingí que era mi mamá exigiendo que regresara a casa y afortunadamente, funcionó.
Todas las salidas después fueron similares. La presión por querer más de mí físicamente, era constante. Una siente que tiene el total control, que nuestra voz será respetada y a pesar de todo, queremos confiar en que nadie hará nada que nosotras no queramos. ¿Se nos puede culpar por confiar? ¿Es eso un motivo lo suficientemente fuerte para minimizar los actos que nos vulneran?
Si de algo me he culpado todo este tiempo es de no haberme escuchado desde la primera punzada de nerviosismo.
El día que he pretendido borrar de mi mente fue un sábado en el que ni siquiera tenía intención de salir y sin embargo, acepté su invitación al cine y después a tomar algo. No hubo comentarios insinuantes en esas horas, tampoco pasó de una cerveza (en caso de que quieran culpar al alcohol), estaba tranquila, y cuando pensé que iríamos de regreso a casa, aproximándonos a un motel de carretera (lo que supongo le dio el valor de hablar), recuerdo perfecto el tono en qué preguntó “¿Hoy si tienes ganas?”, obviamente me tomó por sorpresa pero respondí “no, quiero ir a descansar”. Lo siguiente (otra de las cosas que me da vueltas la cabeza cada que llega un ataque de pánico), fue escuchar “como chingados no”, mientras se dirigía a la desviación para entrar a dicho lugar.
Decir que tuve miedo, es solo un intento de ponerle nombre a todo lo que pasó por mi cabeza en ese momento. Esas palabras son lo que más claramente recuerdo de ese día.
Tengo claro que habrá miles de preguntas, “¿Por qué no llamaste a alguien? ¿Por qué no pediste ayuda? ¿Por qué...? ¿Por qué....? ¿Por qué...?” y la única respuesta que tengo es: Me paralice. Y por eso también me culpo hasta el día de hoy.
Claro que traté de convencerlo de que no actuara, fue inútil obviamente. No pasaron ni quince minutos para que me tocara con fuerza y torpemente me quitara la blusa para posteriormente tumbarme en esa cama como si fuera cualquier cosa.
Sé que los detalles y demás, para muchxs son “necesarios” para creer mi historia, pero no los habrá. Es demasiado difícil recordarlo como para además, alimentar el morbo de quienes “necesitan pruebas”.
Intenté de muchas formas decirle que detuviera todo, que si estábamos ahí por él, al menos lo que yo quería es que no fuera rápido ni brusco. Intenté de muchas maneras al menos recuperar un poco de control. Opuse resistencia que a él parecía gustarle, sin embargo y de alguna manera, mi cuerpo sacó fuerzas de algún lado, no fuerza agresiva (no quería ponerme en más peligro); fue el tipo de fuerza y resistencia que le provocó incomodidad, que le hizo saber que si conseguía lo que quería, no habría placer porque yo no lo iba a permitir.
Entonces cedió. Encima de mí y antes de que pudiera intentar más, se quitó.
Quiero creer que algo dentro de él decidió que si no podía disfrutarlo como le hubiera gustado, entonces no valía la pena, tal vez pensó que la resistencia no era algo que quería llevarse en su consciencia.
En casa, hice de todo para borrar todo rastro de esa horrible experiencia. Pensé que ignorándola y no mencionándola ni a mí misma, podría seguir. Y seguí con mi vida, pero jamás en paz.
Lo que me hizo no fue violación, pero fue violencia sexual.
Ponerle nombre y aceptar que fui la víctima que nunca pensé que sería, ha sido un proceso increíblemente largo, hablar siquiera la historia completa en terapia, tomó por supuesto más de un mes de sesiones.
Saber que soy “afortunada” porque al final no fue violación, me deja un sabor tremendamente amargo. No debería considerarse como “fortuna” que no llegará a concluir un acto tan horrendo. Recriminarme por no reaccionar como siempre dije que lo haría, no arregla nada.
Antes de vivir esa situación, imaginé mil escenarios en donde mi vida estaba en peligro y las maneras en que reaccionaría, sin embargo, cuando el momento lamentablemente llegó, el miedo, el shock y la impotencia que la situación provocó fue tan paralizante que me daba vergüenza admitirlo.
Mi única responsabilidad en todo esto, es no haberme ido a tiempo y haber confiado en una persona. ¿Crimen? No. ¿Se me puede juzgar? Sí, todo lo que quieran, pero puedo asegurar que jamás va a ser nada comparado a lo que me he juzgado todo este tiempo.
Sé que pudo ser peor, pero no estoy agradecida como se nos pide estarlo. No decir su nombre no es para protegerlo a él, es para protegerme a mí y tampoco debería de ser así.
Tampoco quiero vivir mi vida siendo la “víctima” de alguien, prefiero ser la sobreviviente de una situación que me quebró completamente, afectando una vida laboral que si bien no era perfecta, me tenía satisfecha; un acto que me arrancó cada pedazo de confianza en mí misma, que extinguió mi amor propio, me arrebató todo lo que yo pensé que era y acabó con mi paz, estabilidad y salud mental. Me dejó hecha pedazos y lo que he recogido de lo que fuí, ya no encaja.
Hoy prefiero ser la que lo cuenta para poder pasar página y dar otro paso a una mejor perspectiva de lo que soy, para poder contestar una sola vez las preguntas que mis seres queridos se hicieron en estos años al porqué de la nula confianza en mí, al por que cambie tanto, al porqué me alejé. La sobreviviente que no quiere culparse más por las acciones de un tercero, la que quiere ser completamente honesta para que a sus conocidas, amigas y familia no le pase algo así jamás.
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