Funeral

La verdad es que nunca me han gustado los funerales, ese aire frívolo de tristeza e impersonal que evocan, enerva a cualquiera. Pero a la vida, o mejor dicho, a la muerte misma poco le importan mis gustos o preferencias, por lo que una vez más, me encuentro en un funeral.

Camino entre la gente tratando de esquivar a un grupo de mujeres para no interrumpir algunos falsos lamentos ni el coro de sus rezos.

Sigo mi recorrido hasta encontrar un lugar en el que simplemente pueda observar y escuchar sin ser notado, así que por fin me acomodo en una esquina y comienzo a recorrer el lugar con la mirada, nada parece fuera de lo común.

El lugar es un poco frío para mi gusto, también se encuentra tenuemente iluminado por velas, veladoras y cirios, mi mirada vuelve al grupo de mujeres que sujetan los rosarios con tanto fervor, que pareciera que realizar esta acción puede salvar el alma del difunto de cualquier pena.

Considero que estar más de 10 minutos es una pérdida de tiempo, antes de si quiera dar el primer paso para llegar a la puerta, la gente a mi alrededor se dispersa, dejando solo una vía libre para que se dirija mi mirada, me quedo hipnotizado mirando el espejo frente a mí.

Mi reflejo me mira fijamente y un ligero temblor se apodera de mi cuerpo, hay algo en mi interior que sabe que esto no está bien, esa parte de mí sabe que esos ojos que me observan no son míos y todo se vuelve más claro cuando aquél reflejo me regala una sonrisa burlona y se quita el sombrero posándolo sobre su pecho a modo de saludo, cuando yo no he movido ni un músculo.

No puedo quedarme más tiempo en este lugar, tengo que salir, respirar y despejar mi mente, así que me acomodo el sombrero y me encamino hacia la salida, no sin antes despedirme del difunto.

Rápidamente me asomo al ataúd y al mirar al interior, me recorre un espasmo de terror al ver ese rostro tan familiar y que tantas veces en vida miré en el espejo.