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  • Foto del escritorItzel Preciado

La cena de los rotos

Help, I'm still at the restaurant

Still sitting in a corner I haunt

Cross-legged in the dim light

They say, "What a sad sight"

I, I swear you could hear a hair pin drop

Right when I felt the moment stop

Glass shattered on the white cloth

Everybody moved on


Right where you left me, Taylor Swift




Lloraba debajo de la mesa, sobre ella un espacio elegante y el mantel repleto de fina cristalería. Parte de su cara estaba cubierta por el vaporoso vestido de tul color rosa palo, aún así se veían un par de lágrimas. Su estado de ánimo dentro de ese profundo hueco era como Alicia adentrándose a su país, el recuerdo de aquel nemesis natural: El conejo.


Desde aquella noche desapareció del mapa, se dice por ahí que si la abrazas no percibirás su pulso, sino la bruma del mar ardiendo en arena filosa. Me acuerdo de cómo lloraba esa noche y se me eriza la piel, ¡Era por él; de eso estoy segura!, La fecha de su primer corazón roto llegó en una primavera muy perfumada, cuando detrás del salón las flores abrían sus pétalos para ser admiradas en el sesgo de su agitada respiración.


Ella ensimismada en su llanto, aquel dolor de amor inesperado, mientras el baile seguía acorde a lo planeado, ojos melosos en parejas de danzolos un tazón de agua fresca sabor a arroz diluyéndose con el hielo, era el único que había quedado solo, también ella...


Para sorpresa de muchos, no se resguardó bajo las cobijas de la cama mientras el llanto la ahogaba. Sin embargo, fue peor cuando se dieron cuenta de sus visitas a la estación del tren ligero: "Las auroras boreales", ahí le había conocido y ahora se adentraba a la boca del lobo evocando memorias que cortaban su herida de derecha a izquierda.


Era el único sitio en donde veía los vestigios del tacto de aquel hombre en su energía ya marchita, los espacios seguros que se habían establecido cerraron poco después; afuera de dicha estación ya no estaba el aroma de los dumplings que compartían los viernes acompañada de esa infusión de toronja agridulce como una premonición al futuro, ¿Quizás él había salado esos sitios para no tener que verla?, era una posibilidad que se quedó en el aire por carecer de fundamento.


Había días en donde la euforia la alejaba de esa estación, reía abiertamente de lo que la ciudad presentaba, los parques eran su patio de juegos personal y el viento ese confidente al cual regalaba todas sus danzas, nadaba contracorriente… contra él.


Quería aferrar su carne a otros seres, olvidar la noche en donde sus lágrimas le acompañaron bajo la mesa, llorando mientras afuera bailaban "Baby girl" de aqua, para ella esos instantes, la algarabía y el destacar, eran lejanos; los otros eran dueños de una noche plastificada que veían tan genial, mientras la llamaban con orgullo: "La mejor de sus vidas".


Ella duerme en cobijas muy pesadas que al día siguiente le cobran factura, busca el calor que perdió. Al despertar, recuerda haberlo visto en sus memorias del sueño, a ella ya no se le ve como antes ni actualiza sus SNS, la última fotografía es una fijada, usa el vestido vaporoso, al que asocia con la pérdida, oculta bajo esa mesa cara de donde nadie la pudo sacar.


Él nunca le envolvió la luna y las estrellas para usarlas como joyería de exclusiva tienda departamental. No obstante, le hizo muchas promesas uniendo sus meñiques, en la unión se mostraba una persona recta, con gran sentido humano, lógico y educado, dándose baños de la más brillante pureza, disculpándose si cometía un error, le habían educado bien, la etiqueta de chico malo no le calzaba.


Contra todo ideal, desapareció sin decirle el porqué, olvidándose de ella por completo, un error que desea borrar del historial. Dicen por ahí, que tiene nuevas conquistas, (una amiga nuestra nos contó antes de dormir), si intentan pueden contarse con los dedos de las manos; al hacerlo tardarías horas; él está bien, ella pelea por seguir adelante, por desvanecer los instantes y promesas que seguro él repite a cada una de las chicas que elige para su satisfacción personal.


La noche del baile, sentía su felicidad como un regalo del destino, esa persona por quien se derretía estaba a su lado, cuánto amaba escuchar esa voz dotada de tranquilidad, esperanza por el futuro, y que ahora eran mera bruma en lugares habituales.


El grupo sentado en la mesa, una cena que transcurrió sin contratiempos la comida que se enfriaba al tomarla con la cuchara, manos que jugaban sobre el mantel, sonrisas llegando a sus rostros antes. Para minutos después no verle ni la sombra, caminando entre la multitud de parejas, besos a otros labios, ella mirando, ni un adiós bastó, corrió de ahí sin mirar atrás.


Lloro bajo la mesa toda la noche, tuve que sacarla cuando limpiaban el salón, decoraciones brillantes en el suelo que iluminaban su atuendo, su rostro anonadado y el cuerpo que no quería exponerse ante el reflector del abandono.


Buscar su carro color azul zafiro que compró dos meses con anterioridad al baile, un cuidador desconcertado, el acompañante se fue en éste, con otra muchacha siguiendo sus pasos (el auto sigue sin ser devuelto por más letreros de “se busca”), se cree que lo busca a él; yo no lo creo .


Caminar en silencio hacia la estación del tren ligero, vagones en completa soledad por la hora, ella en el asiento tocando su cabello con las manos, desesperada y absorta en los nombres de las calles; en su casa respiraban preocupación, las malas noticias vuelan pronto, esperando verla, darle un profundo abrazo.


El trayecto era intenso, llegando a las "auroras boreales", escuché un ruido quebrándose dentro de su pecho, ni las llamadas de casa pudieron cesar ese ruido.


La siguiente madrugada, se perdió, de un lado uno estaba feliz, en el final de la línea otro nadaba en postura contraria, y la que iba al revés era ella, habitando comidas sin chispa; tan llenas de asfixiante cotidianidad, mientras estaba rompiendo y quemando en un cuenco sobre la alfombra cartas, fotografías que ya no valía; viendo el papel consumido por el fuego, deseando respuestas inconcedidas.


Él no volvería, y la guerra que el amor trajo, pronto caería con la paz al quemar esa imagen, hilo conductor de la primera cena de los rotos.


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